Thursday, November 21
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¡El cerebro NO va en el bolsillo! (ensayos, español)

El cerebro NO va en el bolsillo

 

El cerebro NO va en el bolsillo
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Título: ¡El cerebro NO va en el bolsillo!
Autora: Clea Saal
Fecha de publicación: 8 de abril de 2021
Genro: ensayos, tecnología, no-ficción
Formato: Tapa blanda/libro electrónico
No. de páginas: 157
ISBN:979-8734985540
Precio: $10.95 (tapa blanda) $8.75 (Kindle eBook)
Disponible también en inglés


1. Las aventuras de la generación bilingüe

Las aventuras de la generación bilingüe, poco faltó para que fuera ese el título de este libro. Lo cambié porque, si bien el título era apropiado, me pareció que requería demasiadas explicaciones. Pero, ¿a qué me refiero cuando hablo de ‘la generación bilingüe, y por qué el singular? Bueno, es porque este libro trata de mi generación, que en cierta forma puede ser descrita como la única generación bilingüe que existió, o que va a existir. ‘¿Qué quieres decir con eso, y quienes constituyen esta semi-mítica generación bilingüe (y, ya entrados en gastos, dónde puedo conseguir un poco de lo que sea que estás fumando)?’ te escucho preguntar.

A lo que me refiero cuando hablo de ‘la generación bilingüe’ es a aquellos de nosotros que nacimos entre 1965 y 1975. En otras palabras, me refiero a dos terceras partes de lo que en inglés se describe comúnmente como la generación X, pero excluye a los miembros más jóvenes de la misma (en general se considera que la generación X está constituida por los nacidos entre 1965 y 1980). En cuanto a la razón por la cual me refiero a esta generación como ‘la generación bilingüe’, y por qué la considero única, eso se debe a que, en términos generales, se trata de la generación que tuvo su primer encuentro con las computadoras hacia el final de su adolescencia, pero que concluyó su formación básica antes de que esas computadoras se tornaran omnipresentes. La razón por la que me limito a los nacidos antes de 1975 es que fue en 1990 que Windows 3.0, la primera versión de ese sistema operativo con un interface gráfico, salió al mercado. En ese momento los nacidos en 1975 tenían quince años (y sí, sé que había Macs con un interface similar desde 1984, pero su número era mucho más reducido). En fin, la cosa es que somos básicamente los que estamos varados a mitad de camino entre nuestros padres, que nunca se acabaron de adaptar a esta tecnología, y nuestros hijos, que son incapaces de vivir sin ella. Las computadoras nos han acompañado desde los primeros días de nuestra vida profesional, pero no nos criamos con ellas, y por lo tanto nos sentimos igualmente a gusto en el mundo real y en el digital.

Okay, a lo mejor algunos de nosotros no nos hemos mantenido tan al corriente de las nuevas tendencias como deberíamos haberlo hecho, mientras que otros son más renuentes a depender de la tecnología, y otros se preguntan qué impacto va a tener todo esto. Entendemos la tecnología, la aceptamos, pero también la cuestionamos a un grado que, en la mayoría de los casos, excede lo que vemos reflejado en la generación más joven. Por el otro lado nos criamos con una tecnología que era mucho más difícil de dominar que los smartphones, las casas y los parlantes inteligentes. Sienta a uno de esos ‘nativos digitales’ que aman burlarse de las dificultades que enfrentan sus mayores ante una PC antigua (y me refiero realmente a antigua), y velo salir corriendo buscando a su mamá al encontrarse por primera vez con el interface the MS-DOS (donde tenías que escribir la fecha y la hora manualmente cada vez que encendías la computadora), dos drives de floppy disk de cinco pulgadas (los discos duros, que tenían cuando mucho una capacidad de 10 MB, eran opcionales), y sin un ratón o un menu que les sirva siquiera de referencia… y eso es sin contar siquiera con la inigualable belleza de esos viejos monitores verdes monocromáticos. Está bien, confieso que no me acuerdo exactamente de cómo funcionaba todo en aquellos días, pero esa fue la primera computadora que tuvimos en mi casa. No, no era mi computadora, ¿estás loco? Esas cosas eran ridículamente caras. De hecho era oficialmente de mi padre. Un regalo de cumpleaños particularmente extravagante que le había hecho mi madre en 1985 u 86, pero mi padre estuvo trenzado en una batalla constante contra ella mientras la tuvimos, y sospecho que ese primer encuentro con la tecnología contribuyó en forma significativa a su renuencia a aceptarla una vez que ésta se tornó más fácil de manejar, renuencia que persiste hasta el día de hoy.

En otras palabras, el problema de nuestra generación no es que no entendemos cómo funciona la tecnología (aunque probablemente nunca nos vamos a sentir tan cómodos con ella como los nativos digitales, que no pueden siquiera imaginar la vida en su ausencia), sino el hecho de que somos mucho más conscientes del precio que tenemos que pagar. Es imposible extrañar un mundo que no podemos siquiera concebir, y es precisamente por eso que los nativos digitales parecen tener un punto ciego tan importante en ese sentido, al menos a nuestros ojos.

En lo personal casi no tengo presencia ni en las redes sociales, ni en las de medios, aunque también sé que esto es un privilegio que pocos se pueden dar. Por ejemplo la mayoría de mis amigas (de la vieja escuela, de esas que uno conoce desde hace años, no de las que se hacen con un solo click, y que normalmente son personas que no hemos visto en nuestras vidas) dependen de Facebook para mantenerse en contacto con las escuelas y los maestros de sus hijos, y eso es sin mencionar siquiera que las redes sociales se han tornado en un elemento indispensable en nuestras vidas profesionales, lo que significa que el no participar no es una opción.

Para mi eso suena casi dantesco, y soy plenamente consciente del precio que he tenido que pagar en términos de oportunidades perdidas por atreverme a rechazarlas; para los más jóvenes el rechazarlas simplemente no es una opción. Para ellos son una parte fundamental del mundo en el que viven. Es donde se conectan con sus amigos, y el volverles la espalda significaría quedar totalmente aislados de sus círculos sociales, de modo que aceptan y adoptan la tecnología como propia. Para cuando tienen alrededor de ocho años la mayoría de los niños empiezan a pedir un celular propio (y casi la mitad lo tiene para cuando llegan a los diez). Por otro lado es cierto que nunca conocieron un mundo en el cual esa tecnología no fuera omnipresente… y en la mayoría de los casos no alcanzan a comprender el precio que van a tener que pagar. Cierto, en algunos círculos hay una consciencia cada vez mayor, e incluso comenzamos a ver una cierta resistencia, con algunos padres optando por no subir fotos de sus hijos a internet para asegurarse de que, llegado el momento, esos hijos sean una tabla rasa, y que puedan crear sus propias identidades virtuales sin tener que preocuparse por la posibilidad de que esas fotos inocentes que alguna vez fueron compartidas por sus padres acaben en manos de alguien que está conduciendo una entrevista de trabajo, donde pueden llegar a perder una oportunidad laboral porque su rival se veía más adorable en la bacinica a los dos años de edad.

En fin, ¿recuerdas a la amiga con hijos que mencioné antes, o al menos a una de ellas? Bueno, sus hijas están creciendo, y creciendo rápido. De hecho la mayor acaba de cumplir los dieciocho años, y me acuerdo de una conversación que tuvimos cuando la niña tenía dos o tres años de edad, luego de una de esas trágicas historias sobre una criatura que desapareció de su casa, y que fue encontrada sin vida unos días más tarde. Mi amiga estaba comprensiblemente perturbada. No, estaba más que perturbada, estaba aterrorizada. Me acuerdo también que le hice una pregunta: si existiera algún tipo de dispositivo de rastreo que pudiera ser implantado debajo de la piel de tu hija de modo que, en caso de necesidad, pudiera ser localizada en forma inmediata, pero el implante sería permanente, y el gobierno tendría la habilidad de rastrearla a cada paso por el resto de su vida, ¿se lo colocarías? No estaba segura. Para ella la decisión no era fácil, ni siquiera como un experimento mental.

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Por supuesto, esos implantes siguen estando limitados a la ciencia ficción, al menos por ahora, aunque no dudo que haya científicos trabajando a todo vapor para convertirlos en realidad, por lo que se trata de una elección que es posible que algún día tengamos que hacer. No, es una elección que ya hicimos, aunque la hicimos de una manera más sutil. Simplemente nos emboscó, y lo hizo en una forma que no era la esperada. La tecnología está en nuestros bolsillos en la forma de nuestros celulares, y no creo que nos vaya a dejar en un futuro cercano. Esos teléfonos se han tornado una parte demasiado esencial de nuestra vida cotidiana para que eso sea siquiera una opción, pero eso no significa que no podamos cuestionar su presencia porque, ¿el precio que vamos a tener que pagar? Ese sigue siendo un enigma, pero probablemente va a ser mucho más alto de lo que esperamos.

La tecnología ha transformado nuestras vidas de raíz. Ha transformado la forma en la que interactuamos unos con otros, y esa tecnología llegó para quedarse. Esa no es exactamente una revelación sorprendente, ni remotamente. De hecho dudo que nadie la vaya a ver como una revelación, y tampoco estoy segura de que tan relevantes van a ser mis desvaríos respecto al tema, o si a alguien le va a interesar siquiera el leerlos, pero esto es algo que he estado tratando de sacarme de encima desde hace tiempo, de modo que aquí vamos.

¡Tengo una voz, ve como es sofocada por millones de otras!

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