Título: Las aventuras de la clase invisible
Autora: Clea Saal
Nació: 13 de marzo de 2022
Tema: asexualidad
Formato: Tapa blanda/Kindle
Páginas: 129 páginas
Idioma: español
ISBN: 979-8419465718
Precio: $9.95 (tapa blanda) $7.75 (Kindle)
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1. Esa palabra no se menciona
¿Heterosexual u homosexual? ¿A lo mejor bisexual? ¿Transexual? Todas éstas son identidades de las cuales oímos hablar en forma cotidiana. Están por todas partes. Vivimos en un mundo que parece estar obsesionado con el sexo, el genero, y la identidad del mismo, de modo que nos resulta casi imposible dar dos pasos sin toparnos con media docena de referencias al tema. Quizás solo estamos tratando de recuperar el tiempo perdido, al fin y al cabo hace tan solo algunas décadas estas palabras eran básicamente consideradas como tabú… eran términos que apenas si nos atrevíamos a susurrar ¡Cómo han cambiado las cosas! Y en general me atrevería a decir que ese cambio ha sido para bien, mientras nos esforzamos por construir una sociedad cada vez más inclusiva; a medida que los derechos de los homosexuales y los transexuales finalmente se tornan en lo que siempre debieron haber sido: derechos humanos fundamentales. ¿Sabes quienes faltan en toda esta historia, quienes siguen siendo invisibles y pasando totalmente desapercibidos? Aquellos de entre nosotros que nos describimos como asexuales.
En cierta forma se trata de un giro más bien irónico, ya que en la práctica hasta hace no mucho tiempo una especie de ‘asexualidad pública’ era esperada e incluso exigida. Cierto, la gente formaba parejas, se enamoraban y se distanciaban, y sin lugar a duda estaban teniendo relaciones sexuales y fabricando bebés. Eso se daba por sentado (así como también se daba por sentado que las personas que formaban esas parejas, las que se enamoraban, se distanciaban, tenían relaciones sexuales y fabricaban bebés eran heterosexuales, lo cual sirve también para demostrar qué tantas cosas estaban pasando desapercibidas… okay, en general eso de fabricar bebés era una actividad que estaba realmente restringida a las parejas heterosexuales, ya que la biología tiene algunos prejuicios en ese sentido, y las tecnologías de reproducción asistida eran algo más bien incipiente, por no decir nada del hecho de que se trataba de un campo donde no era raro que los médicos discriminaran abiertamente contra las madres solteras y las parejas de un mismo sexo). Era solo que se trataba de un tema del cual no se hablaba, e incluso las manifestaciones físicas de cariño entre las parejas heterosexuales eran mal vistas. La sexualidad era estrictamente un tema de puertas adentro, uno que debía permanecer lejos de los ojos del público… y en ese contexto era ridículamente fácil para la asexualidad el pasar desapercibida.
De hecho, habiéndome criado en un mundo que antecede a la aparición de internet, en un mundo en el cual nuestro acceso a la información, y nuestra capacidad de entrar en contacto con otros, eran mucho más limitados, nunca oí siquiera la palabra asexual (o al menos no en este contexto) antes de cumplir los treinta años. Simplemente no era parte de mi vocabulario, ni tampoco del de quienes me rodeaban. Solo sabía que era un bicho raro, que no encajaba, pero no existía un término concreto al cual pudiera echarle mano para explicar el por qué, ningún término que pudiera aplicarme a mi misma… y contrariamente a lo que muchos pueden suponer al leer esto, no procedo de una familia conservadora o religiosa, ni de una en la cual el tema era considerado como tabú. De hecho la realidad es exactamente lo contrario. Es solo que tenemos una cierta tendencia a olvidar que hace tan solo un par de décadas las cosas eran diferentes. Muy, muy, MUY diferentes.
¿Qué tan diferentes? Bueno, mis padres eran ambos profesionales en el campo de la salud mental (eran psicoanalistas, para ser exactos, lo cual quiere decir que a sus ojos todo, y me refiero absolutamente a todo lo que yo, o cualquier otro hacía era visto a través del prisma de la sexualidad), de modo que el tema era tratado como algo cotidiano en mi familia a un grado que no lo era en la mayoría de los casos, no en aquellos días. Ahora, si sus ideas respecto al tema eran correctas, o tenían el más mínimo sentido, es algo que está abierto a debate (¿Qué quieres que te diga? En lo que a mi concierne sus ideas en lo referente al tema, especialmente las de mi padre, estaban demasiado atadas a las ideas del siglo XIX en lo referente a los papeles de ambos sexos… Freud y todo lo demás. Qué rayos, recuerdo una perorata larga y sin sentido que recibí de mi padre sobre el tema de la envidia del pene cuando tenía algo así como trece o catorce años. No, el hombre nunca captó el concepto de ‘apropiado a la edad’, aunque para ser sincera debo decir que en lo que a mi concierne el momento ideal para esa linda plática habría sido exactamente nunca, pero esa es otra historia). En fin, lo que estaba tratando de decir es que, a diferencia de la mayoría de mis coetáneos, me crié rodeada de incontables referencias al tema, y también crecí rodeada por una serie de amigos de mis padres que eran abiertamente homosexuales. No era solo el hecho de que mis padres tenían amigos en la comunidad homosexual (cosa que, si bien ahora nos parece lo más natural del mundo, no era necesariamente la norma en aquellos días), sino que nunca se me ocultó la naturaleza de sus relaciones, y que para mi siempre fueron algo perfectamente ordinario. Que a mis ojos no había nada de extraño en ello.
En otras palabras, y a diferencia de lo que era el caso para buena parte de mis contemporáneos, nunca tuve que preocuparme por la posibilidad de ser rechazada si me revelaba como lesbiana o bisexual (aunque no estoy tan segura respecto a transexual), ¿pero asexual? No creo que la idea haya pasado siquiera alguna vez por las mentes de mis padres (o al menos por la de mi padre, que no estoy segura de si a la fecha ha contemplado esa posibilidad, y eso es a pesar del hecho de que paso de los cincuenta años ¿En cuanto a mi madre? Bueno, ella falleció antes de que yo cumpliera los treinta, es decir antes de que la palabra ‘asexual’ se convirtiera siquiera en parte de mi propio vocabulario, aunque creo que, con o sin un calificativo, tenía algunas sospechas en ese sentido, ya que en más de una ocasión me hizo algún comentario respecto a mi cinismo, y al hecho de que parecía haberle dado la espalda al amor y al romance sin haberlos probado siquiera, y que de algún modo había emergido del otro lado, pero volvamos a nuestra historia). La cosa es que incluso para un par de psicoanalistas obsesionados con la sexualidad el concepto de la asexualidad no era parte de su panorama mental. No era algo que pudieran siquiera empezar a comprender. En lo que a ellos concernía la sexualidad y el deseo eran el motor que hacía funcionar a todas las interacciones humanas, el alfa y el omega de nuestra existencia, el trasfondo que lo explicaba todo. Era el filtro que habían elegido.
Sí, el universo tiene un cierto sentido del humor: creían que estaban preparados para cualquier cosa, y su única hija fue a caer precisamente en la categoría que no podían siquiera empezar a comprender.
La cosa es que el ser asexual es algo que puede ser también descrito como una espada de dos filos.
Por un lado está el hecho de que somos la única minoría sexual contra la cual la discriminación legal es absolutamente imposible (aunque al igual que ha sido históricamente el caso para los miembros de las demás minorías, también nosotros hemos tenido que hacerle frente a la presión por parte de la sociedad en su conjunto para que nos sometamos a sus normas; también nosotros hemos sido presionados para que nos cacemos, fabriquemos bebés, etc.), por el otro lado está el hecho de que, en una forma más bien curiosa, probablemente podemos ser descritos como los más inusuales de todos.
Se supone que los humanos compartimos una serie de necesidades biológicas fundamentales con el resto del reino animal. La necesidad de comer, beber, dormir (okay, esa dista mucho de ser universal, ya que no podemos decir que una esponja de mar, un aguamala, o un ostión que no tienen siquiera un cerebro están despiertos, y hay quienes consideran que el sueño es una función biológica que solo se aplica en el caso de los animales con párpados, de modo que aquí les decimos adios a los peces), y, en términos generales, la necesidad de transmitirles nuestros genes a la siguiente generación a través de la reproducción sexual (una característica que compartimos con los peces y los ostiones, pero no necesariamente con las esponjas de mar y las aguamalas, ya que en la mayoría de los casos la reproducción de éstas es asexual). La cosa es que si bien los humanos (al igual que la mayoría de los mamíferos, reptiles, pájaros, anfibios y demás) moriríamos sin agua, comida, y en algunos casos sueño, podemos sobrevivir tranquilamente sin tener relaciones sexuales en caso de necesidad. Es solo que para la mayoría de los humanos la mera idea es considerada como una especie de infierno en vida. Cierto, algunos pueden sentirse atraídos por lo que la sociedad, e incluso la biología, probablemente describirían como la ‘pareja equivocada’ (cosa que puede, y frecuentemente da, pie a situaciones incomodas ya que no faltan aquellos que insisten en verlos como algo anormal, y que los discriminan abiertamente por ese motivo), pero por lo menos se puede decir que sienten atracción por alguien, que a pesar de todo siguen jugando el mismo juego, y que siguen estando guiados por el mismo principio fundamental que el resto de la humanidad. Pueden estar modificando las reglas un poco, algunos pueden incluso llegar a decir que están haciendo trampa, pero por lo menos están en la cancha. Nosotros, por el otro lado, estamos sentados en las gradas, comiendo palomitas, y viendo como se desarrolla el partido.
Somos Los cristales soñadores.
Okay, sé que no todos son locos de la ciencia ficción, y que la referencia no es exactamente una de las más conocidas, pero el término se deriva del título de una novela de Theodore Sturgeon que fue publicada en 1950. Tratando de no revelar demasiado de la trama, en esta historia nos encontramos con una forma de vida incomprensiblemente diferente a la nuestra, la cual ha compartido nuestro mundo desde tiempos inmemoriales, pero precisamente por lo diferente de su naturaleza su existencia ha pasado totalmente desapercibida.
Por supuesto que soy la primera en reconocer que soy simplemente yo, y que bajo ninguna circunstancia estoy en condiciones de hablar en nombre de la comunidad asexual en su conjunto (si es que se puede hablar siquiera de tal comunidad). Sí, soy asexual, pero eso no es algo que me define. No es algo que es una parte esencial de todos y cada uno de mis pensamientos o de mis acciones. Se trata tan solo de otro adjetivo. Es una etiqueta que me facilita el entender los motivos por los cuales no acabo de encajar, qué es lo que me hace diferente. Es también una etiqueta que me ayuda a hacer comprender a los demás cual es mi perspectiva. Sospecho que para otros la situación puede ser parecida, o quizás no lo es. Simplemente no lo sé, e incluso el escribir estas palabras me resulta extraño. Como dije anteriormente, no se trata de un tema que ocupe mayoritariamente mis pensamientos, pero me guste o no (y sea yo consciente de ello o no) sospecho que es algo que tiene un impacto considerable en la forma en la que interactúo con los demás. Sí, hay una consciencia cada vez mayor del hecho de que existimos, pero a pesar de eso seguimos siendo básicamente invisibles, siendo básicamente ignorados.
La gente puede hablar de un radar homosexual, o algo por el estilo, pero lo que no hay es un radar asexual, o si lo hay el mío salió defectuoso (desgraciadamente tras más de medio siglo de uso sospecho que la garantía caducó hace tiempo).
La cosa es que si bien es difícil discriminarnos (al menos no al grado al que existe la discriminación contra los homosexuales, los bisexuales y los transexuales), resulta muy fácil pasarnos por alto. Con frecuencia nos perdemos en medio del caos, de modo que éste es mi intento de hacerme oír, de abrirme un espacio para mi misma, y quizás de ayudar a otros a entender cual es mi (o a lo mejor incluso nuestra) perspectiva, porque una cosa que me resulta cada vez más evidente es que no estoy sola… que esa es solo una impresión.